desierto sonoro

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Valeria Luiselli, 2019
Feb 19, 2022 → March 29, 2022

  • ¿Quién mejorará mi suerte? La muerte. Y el bien de amor, ¿quién le alcanza? Mudanza. Y sus males, ¿quién los cura? Locura. De ese modo, no es cordura querer curar la pasión, cuando los remedios son muerte, mudanza y locura.
  • cientos de niños que llegan solos cada día, miles cada semana. Los reporteros lo llaman una crisis migratoria. Un flujo masivo de niños, lo llaman. Son indocumentados, son ilegales, son aliens, dicen algunos. Son refugiados, con derecho legal a recibir protección, argumentan otros. Esta ley dice que deben ser protegidos; esta otra enmienda dice que no. El congreso está dividido, la opinión pública está dividida, la prensa lucra con la polémica resultante, las ONG trabajan horas extras. Todos tienen una opinión al respecto; nadie se pone de acuerdo sobre nada.
  • Sabes que, muy pronto, el concepto que recién aprehendiste y el rapto que produjo se van a esfumar. Surge entonces una necesidad de poseer esa extraña y efímera luminiscencia, de aferrarse a esa emoción. Así que relees, subrayas, y quizás incluso memorizas y transcribes las palabras en algún sitio-un cuaderno, una servilleta, en tu mano-.
  • Había pasado el tiempo y las marcas que hacíamos en la pared del pasillo del departamento para llevar registro de la altura de nuestros hijos ya contaban de pronto una historia vertical.
  • Gerónimo fue el último hombre de toda América en rendirse a los ojosblancos. Era de mexico, pero odiaba a los mexicanos, a quienes los apaches llamaban nakaiye, «los que vienen y van».
  • Las conversaciones, en una familia, se vuelven arqueología lingüística; erigen el mundo que compartimos, lo superponen en palimpsestos, le dan sentido a nuestro presente y nuestro futuro. La pregunta es: en el futuro, cuando rebusquemos en nuestro archivo íntimo y escuchemos de nuevo la cinta de las conversaciones familiares, ¿alcanzarán a componer una historia? ¿Un paisaje sonoro? ¿O encontraremos tan sólo cascajo, ruido, ruinas de lo que fuimos?
  • ¿Son todos así? ¿Qué quieres decir? Los libros franceses que lees, ¿son todos así? ¿Así cómo? Como ése, blanco y chiquito, sin imágenes en la portada.
  • «El cielo, visto en la ciudad, es negativo; donde no están los edificios».
  • Su hermana camina hasta él y, con una mezcla de esperanza y prudencia, le pregunta si quiere jugar con ella un rato. Necesita que su hermano le confirme que siguen compartiendo un mundo, que siguen juntos en este mundo.
  • Los comienzos, los desarrollos y finales son sólo una cuestión de perspectiva. Si nos vemos forzados a elaborar una historia en retrospectiva, la narración se articula selectivamente en torno a los elementos que parecen relevantes, saltándose todos los demás.
  • Un índice, no tanto de las cosas fotografiadas, sino más bien del instante en el que el niño aprendió a fotografiarlas.
  • Yo era siempre el traductor entre tú y ellos, o entre ellos y nosotros.
  • O quizás estábamos obedeciendo al impulso de permitir que aquel momento, que parecía el comienzo de algo, dejara una huella.
  • Es difícil explicar por qué dos completos desconocidos deciden, de repente, compartir un retrato sin retoques de sus respectivas vidas. Pero, al mismo tiempo, tal vez es fácil de explicar, porque dos personas solas en un bar a las dos de la mañana necesitan, muy probablemente, contarse una versión sincera de sí mismos antes de volver adonde sea que pasarán la noche. Hay una compatibilidad de nuestras soledades, y una absoluta incompatibilidad de nuestras situaciones, y un cigarrillo compartido afuera del bar.
  • Algunas noches nos poníamos a estudiar el mapa inmenso entre los cuatro, decidiendo las rutas que seguiríamos, ignorando con cierto éxito el hecho de que esas rutas desembocaban, tal vez, en algún momento, en nuestra disolución como familia.
  • Empezamos a titubear al hablar de cualquier cosa, incluso de las cosas más triviales; empezamos a hablar como si anduviéramos de puntitas con el lenguaje, cuidadosos hasta la paranoia de no resbalarnos.
  • y el cadáver de esa historia se había quedado atorado en alguna parte de mi cerebro y regresaba una y otra vez a mí, porque las historias a veces hacen eso, se quedan en tu cabeza y aparecen en el mundo cuando menos te lo esperas,
  • Me pareció una buena pregunta, tal vez involuntariamente venenosa.
  • En las terrazas de los cafés vemos jóvenes pálidos con barbas largas, y mujeres con el pelo suelto y pecas en el escote. Los vemos beber cerveza en frascos de mermelada, fumar tabaco de liar, fruncir el ceño con aire filosófico. Todos parecen actores de una película de Éric Rohmer, que fingen que es perfectamente normal-a pesar de ser demasiado jóvenes y demasiado bellos-participar en una discusión profunda sobre cosas como la mortalidad, el ateísmo, las matemáticas y tal vez Blaise Pascal.
  • le informa el niño desde la altura de su superioridad de persona que ya tiene diez años.
  • De algún modo, está intentando captar su presencia pasada en el mundo, y hacerla audible a pesar de su ausencia actual. Y lo hace recolectando cualquier eco de ellos que todavía reverbere.
  • Los adultos posan para la eternidad; los niños, para el instante.
  • al menos nuestros pechos estaban ahí, y nuestros pulmones respiraban mejor por fin, llenaban nuestros cuerpos de un aire mejor, nuestras mentes con mejores ideas, nuestras ideas con mejores palabras, palabras que por fin pronunciaste en voz alta,
  • Así que, en vez de eso, decidí grabarte todo. Además, escribir es más lento y leer es más lento, pero al mismo tiempo escuchar es más lento que ver, lo cual es una contradicción que no tiene explicación.
  • Necesitaba admitir mi parte de la culpa: aunque no fui yo la que encendió el cerillo que comenzó el incendio, durante meses fui apilando la hojarasca que ahora arde.
  • Pero quedó embarazada, la vida se fue complicando y los años pasaron a toda prisa.
  • Nunca está del todo claro qué convierte un espacio en un hogar, o un proyecto de vida en una vida. Pero un día, nuestros libros ya no cupieron en los estantes, y la gran estancia vacía de nuestro departamento se había convertido en nuestra sala. Ahora era el lugar donde veíamos películas, leíamos libros y armábamos rompecabezas, el espacio donde echábamos la siesta y ayudábamos a los niños con la tarea. Más tarde fue el lugar donde recibíamos a nuestros amigos, y donde sosteníamos largas conversaciones una vez que los amigos se habían marchado; era el lugar donde cogíamos, donde nos decíamos cosas hermosas y cosas horribles, y el lugar que barríamos y ordenábamos en silencio antes de irnos a la cama.
  • Nadie ha logrado captar realmente lo que sucede ni por qué. Tal vez es sólo que sentimos la ausencia de futuro, porque el presente se ha vuelto demasiado abrumador y por tanto se nos ha hecho imposible imaginar un futuro. Y sin futuro, el tiempo se percibe nada más como una acumulación. Una acumulación de meses, días, desastres naturales, series de televisión, atentados terroristas, divorcios, migraciones masivas, cumpleaños, fotografías, amaneceres. No hemos entendido la forma exacta en la que ahora se experimenta el tiempo.
  • Pero creo que, al final, fue imposible para ellos. No porque no se quisieran, sino porque sus planes eran demasiado distintos. Uno era documentólogo y la otra documentalista, y ninguno de los dos quería renunciar a lo que era, y al final eso es algo bueno, me dijo una noche mamá, y dijo que algún día lo entenderemos mejor.
  • Quizás la frustración del niño al no saber qué fotografiar, o cómo encuadrar y enfocar las cosas que observa desde el coche, sea un signo de cómo nuestras maneras de documentar el mundo resultan insuficientes. Tal vez si encontramos una nueva manera de documentarlo empezaremos a entender esta nueva forma de experimentar el tiempo y el espacio. Las novelas y las películas no logran captarlo del todo; tampoco el periodismo; la fotografía, la danza, la pintura y el teatro no lo captan; la biología molecular y la física cuántica tampoco, desde luego.
  • Y hasta que encontremos una forma de documentarlos, no los entenderemos. Le digo al niño: Sólo tienes que encontrar tu propia forma de entender el espacio, para que el resto de nosotros nos sintamos menos perdidos en el tiempo.
  • Y, cuando nos olvidábamos del tiempo, el tiempo pasaba mucho más rápido, y además nos sentíamos más felices, aunque esto no se puede explicar.

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